1. LA CUESTIÓN DEL TOTALITARISMO

Salamanca, 1938

M. Foucault, "Tecnologías del Yo" (Modelo de autocrítica, 1944)

 

2. EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO SOBRE NAZISMO, HOLOCAUSTO Y "ALEMANES CORRIENTES": TRAZAS FUNDAMENTALES

La tesis sobre la culpabilidad colectiva de la sociedad alemana por el surgimiento e institucionalización del nazismo nació durante la II Guerra Mundial, confundiéndose con la victoria militar de 1945 y con la perentoria necesidad por legitimar la presencia aliada en Alemania. Fue en torno a ese año cuando varios historiadores británicos (Mc Govern u O´Butler) apuntaron la tesis de las profundas raíces socio-históricas que alimentaron al nazismo. Este argumento vino a resaltar la existencia de una distorsión –mental, cultural, nacional, civilizatoria– que habría marcado la trayectoria histórica alemana desde los tiempos de Lutero, estableciendo progresivas distancias frente a otros puntos de Europa Occidental que acabaron tendiendo hacia un liberalismo secularizador de definitiva orientación democrática.

Tal singularidad fue, no obstante, matizada por algunos autores alemanes al indicarse, tal y como hizo Ritter entre 1946 y 1948, las correspondencias existentes entre el nazismo y otras experiencias autoritarias coetáneas vividas en Europa. O respecto al papel alienante de la propaganda, desde una mirada que ponía el foco en la cuestión de la manipulación colectiva promovida por el régimen de Hitler como gran factor explicativo –junto a la represión y una cierta cultura de la obediencia– de su poder social.

Ya entre los años cincuenta y sesenta se consagraron los enfoques occidentales sobre totalitarismo. Se trató de un corpus teórico y argumental que acabó refinando las equiparaciones entre el nazismo alemán y el estalinismo soviético. Fruto de los condicionantes de la Guerra Fría, esta correspondencia se construyó más por la aparente identidad de ambos regímenes frente al esquema democrático multipartidista que por sus evidentes diferencias. Tal perspectiva debe relacionarse con ciertos factores coyunturales, como la posición estratégica de primera línea asumida por la Alemania dividida en el esquema de tensión europea de mediados del siglo XX; o por el alcance social del milagro económico y la estabilización política en la República Federal, aspectos todos que tomaron forma apenas diez años después del derrumbamiento del nazismo.

 

Polémicas historiográficas entre los años sesenta y setenta

La normalización alemana de posguerra se vio sacudida por algunos debates historiográficos polémicos que llegaron a saltar por encima de los márgenes del mundo académico. La llamada "controversia Fischer" tomó forma entre 1961 y 1965 al calor de la hipótesis formulada por este historiador y por su equipo acerca de la responsabilidad alemana en el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Recuperando, en parte, los argumentos esgrimidos por la política punitiva francesa de 1918-23, Fischer indicó que la actitud alemana anterior a 1914 fue decididamente expansionista, y que los objetivos agresivos dictaron su estrategia diplomática, condicionando así el camino hacia hacia la guerra. Las posturas críticas a Fischer destacaron, por el contrario, la noción de responsabilidad compartida, en coherencia con la visión del período de anteguerra como fase de Paz Armada definida por las viejas rivalidades, la proliferación de tensiones localizadas en el espacio colonial y los crecientes problemas en el área balcánica.

Ya a partir de la década de los setenta se fue amplificando la discusión sobre el nazismo al hilo de tres cuestiones esenciales: la naturaleza y alcance de su asentimiento social; el grado del excepcionalidad histórica del propio régimen y, ante todo, la cuestión de la violencia de Estado y el nivel de cooperación ciudadana en la misma.

El denominado "Proyecto Baviera", dirigido entre 1977 y 1983 por el historiador germano occidental Martin Broszat, estudió los fenómenos de desapego y desafección social e institucional al nazismo entre sectores del campesinado bávaro o en el seno de la Iglesia Católica. El principal resultado de este análisis fue el concepto resistenz, que aludía al relativo grado de autonomía logrado por algunos grupos o estamentos y a su capacidad para mantenerse a cierta distancia de las estrategias socializadoras oficiales, aunque sin discutirlas de modo frontal.

Se trataba, pues, de una interpretación que matizaba la idea de un Estado efectivamente total durante la etapa hitleriana. No obstante, las conclusiones del "Proyecto Baviera" no fueron aceptadas de forma unánime. Diversos historiadores han insistido a lo largo de las últimas décadas en la elevada capacidad operativa del régimen nazi para articular un potente mito sobre la comunidad nacional. Este ideal habría actuado en forma de vector socializador central, explicando en buena medida el apoyo logrado por el régimen durante los años treinta y, aún más, desde 1939. Un vector que fue exaltado insistentemente por la propaganda oficial y por su discurso público, acoplándose con otros valores culturales populares y con el patriotismo sentimental presente en el espacio social antes de 1933.

 

Polémicas iniciales sobre el Holocausto

Como ha recordado Ian Kershaw en uno de los ensayos incluidos en su trabajo La dictadura nazi, la semántica de la categoría conceptual Holocausto está directamente impregnada de implicaciones morales y de "escatología religiosa y cultural". No obstante, resulta necesario relacionarlo con los parámetros históricos específicos referidos al funcionamiento del régimen nazi, a sus mecanismos de toma de decisiones, y a la socialización -e hipotéticos límites- del proyecto hitleriano entre la población alemana desde 1933.

Es en este terreno donde se han ido situando, a partir de los años setenta, distintos enfoques sobre el genocidio judío. Este asunto no ha afectado al plano indiscutible de la responsabilidad del entramado nazi, pero sí a su articulación en conexión con varios asuntos interrelacionados: con las raíces socioculturales donde habría enraízado la violencia antisemita; con la predestinación, o no, de la Solución Final antes de 1941-42; con los efectos provocados por la compleja poliarquía de poder en la maquinaria administrativa y logística del exterminio; y, finalmente, con el momento y formas en que se produjo la orden directa de Hitler.

Cabría indicar, en relación con estas cuestiones, dos posiciones historiográficas relativamente diferenciadas: la "intencionalista", que ha remarcado la continuidad entre el antisemitismo programático presente en el nazismo desde sus inicios, hasta culminar en el genocidio judío; y, por el contrario, la visión funcionalista que ha destacado factores más coyunturales, vinculados con el contexto específico de la guerra total contra la Unión Soviética, como claves que permitirían encuadrar la decisión última de la Solución Final.

En cualquier caso, el concepto explicativo de "radicalización acumulativa" propuesto por Hans Mommsem puede ser advertido, hasta cierto punto, como síntesis entre ambas visiones. Aunque Mommsen ha defendido una imagen de Hitler como "dictador débil", y al Holocausto como praxis surgida de los cuadros del aparato represivo de la administración, su categoría de "radicalización acumulativa" aúna la dinámica de exacerbación antisemita trazada entre las medidas iniciales de discriminación adoptadas desde 1933, a los planes de deportación masiva, y de ahí al genocidio. Junto a ello habría que sumar los condicionantes políticos, burocráticos, logísticos y estratégicos existentes a partir de 1941, cuando los propósitos de crear reasentamiento en el Este fueron sustituidos definitivamente por el objetivo del exterminio de las comunidades judías de Europa Central y Oriental.

El tema del Holocausto no comenzó a tener presencia historiográfica destacada hasta fecha relativamente tardía. Entre los antecedentes fundamentales cabe destacar dos obras: el estudio pionero de Raul Hilberg La destrucción de los judíos europeos, publicado originalmente en 1961, y el ensayo de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén, que vio la luz en 1963.

Especialmente polémico fue éste último. Exploraba la biografía de Adolf Eichmann al hilo de los testimonios vertidos en el juicio desarrollado en Israel, tras su detención a finales de 1960. Arendt abordaba en su ensayo la implicación psicológica de Eichmann -su conciencia de culpabilidad- ante el genocidio, estableciendo como clave central la noción de "banalidad del mal". Según Arendt, Eichmann no se caracterizó ni por poseer una cultura política sofisticada ni por un especial fervor militante. Su insistencia en la obediencia debida, su frialdad y su mediocridad intelectual marcaban claras distancias frente al estereotipo tópico de carisma o alto nivel de instrucción nazi.

Para la politóloga alemana, la característica esencial del antiguo teniente coronal de las SS era, ante todo, su apariencia como un hombre corriente dominado por un halo de aplastante banalidad. En todo caso, podía ser aprehendido en forma de muestra sobre cómo se habían articulado, en la práctica, los mecanismos de encuadramiento, promoción y socialización elemental en el seno del aparato represivo del III Reich.

La reiteración de clichés discursivos que exhibió Eichmann durante el proceso sería, en este sentido, buena evidencia de la potencialidad de interiorización que tenía el lenguaje burocrático totalitario para estructurar el recuerdo y el testimonio selectivo, incluso quince años después de concluida la II Guerra Mundial. Un lenguaje que, según Arendt, resultaba catártico para Eichmann, permitiéndole esquivar ningún atisbo de culpabilidad y, menos aún, de trauma por lo ocurrido.

El aspecto más discutido del análisis retrospectivo de Arendt tuvo que ver con el reproche que se le hizo acerca de que dejaba entrever una suerte de "co-culpabilidad" judía, a raíz del papel que habrían jugado algunos Consejos Judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Esta cuestión estuvo presente en una entrevista concedida para la televisión germano occidental en 1964. Arendt rechazó frontalmente esa acusación, recalcando que en ningún lugar de su libro figuraba el reproche de que "los judíos no habían resistido".

Un asunto bien distinto era la voluntaria desacralización que Arendt efectuaba sobre la personalidad de Eichmann y sobre sus testimonios. Según sus propias palabras, Eichmann no fue más que "un payaso". De ahí que el ensayo estuviese escrito en un consciente "tono irónico". En realidad, su reflexión sobre la "banalidad del mal" deseaba expresar, ante todo, la extraordinaria vulgaridad de aquel hombre mediante una narrativa que fuese capaz de reflejar lo que "realmente" era "aquella persona".

 

Debates sobre la historización del nazismo

En 1987 los historiadores Martin Broszat y Saul Friedländer cruzaron una abundante correspondencia al hilo de los posicionamientos del primero acerca de lo que estimaba como necesaria historización del nazismo. Dicha idea aludía, entre otros aspectos, a cómo podía reconceptualizarse la naturaleza de aquel episodio como hecho de pasado, y a cómo objetivarlo en cuanto elemento de investigación y reflexión historiográfica normalizada. Sin embargo, semejante perspectiva chocaba con la centralidad histórica otorgada al Holocausto como factor decisivo en cualquier explicación sobre la esencia y naturaleza del nazismo.

Broszat reclamaba "superar el pasado", rompiendo con las generalizaciones sobre el período del III Reich. Abogaba por un enfoque empírico que facilitase renovar su interpretación, particularmente respecto al tratamiento de la historia social de la vida cotidiana (Alltagsgeschichte) entre 1933 y 1945. El problema era cómo conciliar la contradicción presente entre el rango adquirido por el antisemitismo y el genocidio judío como claves explicativas centrales en la cualificación de esos años, frente al plano de lo que este historiador entendía como la "normalidad" cotidiana vivida en esos mismo años por la población germana.

Una normalidad que, según Broszat, no tenía porque estar afectada por la realidad de los campos de concentración y exterminio, y en donde podían detectarse, además, muestras de autonomía social efectiva frente a la esfera y la acción de lo político, por ejemplo en forma de prácticas de disconformidad, inadaptación o escepticismo. Tales extremos evidenciarían los límites efectivos existentes en la nazificación de la sociedad alemana y, por tanto, en su entidad específica frente al régimen y sus atrocidades.

Friedländer discutió la posición periférica otorgada por Broszat a la naturaleza de los campos en el espacio social cotidiano alemán. De hecho, Friedländer partía de la premisa de negar la capacidad de poder hablar de "normalidad" durante el nacionalsocialismo. Podría discutirse hasta donde llegaba el conocimiento efectivo sobre la logística concreta de la represión étnica, pero no la presencia estructural de una conciencia colectiva compartida que habría sido consciente (y, en buena medida, partícipe) del hecho del antisemitismo y de la progresiva anulación de la comunidad judía en ese mismo espacio social cotidiano de 1933 a 1945. Paralelamente, Friedländer advirtió de los riesgos que podían aparejase a la historización del nazismo: su posible relativización moral, su trivialización e, incluso, su comprensión empática por parte del historiador por encima de su imperativo moral.

La polémica entre Broszat y Friedländer afectaba a cuestiones sobre la narración e interpretación histórica. No obstante, ante todo incluía aspectos de orden teórico relativos a las categoría de intelección y conciencia, y a su aplicación en los relatos de pasado; a la autonomía o indivisibilidad entre sociedad y Estado durante el nazismo; a la cualificación de responsabilidad histórica y a sus huellas en términos de presente, o a las tensiones entre memoria e Historia, y entre objetividad y subjetividad.

En palabras de Martin Broszat,

"Los historiadores y los estudiantes alemanes de Historia, deben comprender (...) que las víctimas de la persecución nacionalsocialista y sus sobrevivientes pueden tener el sentimiento de estar privados de su derecho de disponer de su forma del recuerdo si una investigación en historia contemporánea, no procediendo más que según una línea científica, reivindica con una arrogancia académica el monopolio de la interrogación y de la conceptualización de la época nacionalsocialista. El respeto de las víctimas de los crímenes nazis impone dejar un lugar a ese recuerdo mítico. No existe acá prerrogativas ni de un lado ni de otro. Para determinar en qué medida la coexistencia de la intelección científica y del recuerdo mítico representa una tensión productiva, importa saber si aquella está en condiciones de revelar verdades completas en si y de engendrar imágenes evocativas, o si ella no se edifica más que en una grosera simplificación de hechos históricos intervenida con el tiempo, sobre el olvido de los detalles y de los imponderables de la historia en la cual sólo los contemporáneos tienen todavía un conocimiento íntimo. Al número de problemas de una generación de historiadores alemanes más jóvenes, que aspiran a una comprensión más racional, es necesario agregar que ellos también tienen que ver con ese recuerdo histórico simplificador, a contra corriente, que persevera en aquellos que han sido dañados y perseguidos por el régimen nacionalsocialista, igual que a sus descendientes".

A lo que Friedländer respondía con las siguientes consideraciones:

"Usted opone el discurso racional de la historiografía alemana al recuerdo mítico de las víctimas. Usted cita a los jóvenes historiadores alemanes como portadores naturales de ese discurso racional. O encuentra que algunos de ellos figuran entre aquellos que son más sensibles a los aspectos morales relevados por la historia del Tercer Reich. Por otra parte, ¿por qué referirse a los jóvenes historiadores? Los debates recientes se desarrollaron todos en el seno de una fuerte mayoría de historiadores que habían pertenecido, del lado alemán, a la "generación de las juventudes hitlerianas" (...). No se confunda con lo que quiero decir: siento fuerte empatía por aquellos que portan fardos tan pesados, pero usted reconocerá, ¿ese contexto alemán no crearía tantos problemas en la manera de abordar la época nazi como las que crea, de manera diferente, para las víctimas?".

En correspondencia con este punto de vista, historiadores como Steven T. Katz o Dan Diner resaltaron igualmente la naturaleza excepcional del Holocausto, así como el riesgo de confundir renovación historiográfica y banalización. Estas argumentaciones recalcaban la entidad cualitativa extraordinaria de aquel hecho frente a otras posibles muestras de violencia masiva.

La polémica entre Broszat y Friedländer debe inscribirse, desde ahí, en el marco más amplio de la "controversia" o "querella entre historiadores" (Historikerstreit), desarrollada en la Republica Federal Alemana entre 1986 y 1988. En realidad, esta controversia amplificaba la cuestión de la normalización, o historización del III Reich, en varias direcciones. En primer lugar, en lo relativo a la vieja cuestión de la predestinación histórica alemana al nazismo. Y, en segundo término, respecto al asunto de la esencia y las formas de la represión étnica y sociopolítica. Entre los aspectos en discusión se encontraba la naturaleza de la guerra en el frente oriental, el sentido de la resistencia del III Reich ante el avance soviético, las formas de satelización nazi en la Europa del Este o en los Balcanes, o cuál debía ser el encaje explicativo de la violencia contra la población judía en su relación con la sufrida por otros colectivos, bien durante la guerra o bien en el contexto de otras situaciones de violencia acaecidas en el siglo XX.

Desde este enfoque se plantearon controvertidas lecturas relativistas. La más notable fue la del historiador conservador Ernst Nolte, que valoraba el Holocausto como episodio que debía explicarse desde parámetros comparativos (y, desde ahí, comprensivos) más amplios: los propios de la "era del genocidio masivo", que habría tenido lugar en lo que este autor denominó la "guerra civil europea" vivida entre 1917 y 1945.

El texto que sirvió de partida para la polémica fue "Vergangenheit, die nicht vergehen will: Eine rede, die geschrieben, aber nicht mehr gehalten werden konnte", aparecido el 6 de junio de 1986 en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Se trataba de una reflexión sobre el "pasado que no cesa" publicada al hilo de la conmemoración del Desembarco en Normandía. Ahí expuso Nolte sus dos consideraciones más controvertidas: entender el Holocausto como derivación del Gulag soviético, y a la estrategia de exterminio racial nazi como asimilación de la lógica radical de guerra revolucionaria, formulada décadas antes desde el esquema leninista.

Tal relativización del nazismo tenía un triple efecto potencial. Por una parte, al establecerse una correspondencia entre la Solución Final y otras prácticas de violencia coétaneas se pretendía neutralizar su rango de acontecimiento paradigmático. En segundo término, reavivaba la vieja conceptualización de totalitarismo, equiparando la represión nazi con el estalinismo, en coincidencia temporal con la llamada "Segunda Guerra Fría", con la fallida estrategia reformista impulsada por Gorbachov y, finalmente, con el progresivo colapso del sistema soviético. Y, en tercer lugar, se pretendía cerrar la polémica sobre la culpabilidad colectiva alemana, un asunto que intermitentemente (si bien con distinta intensidad) había afectado al debate historiográfico sobre el III Reich desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

La respuesta más contundente a Nolte provino de Jürgen Habermas. Su reacción se fundamentó en la estimación de que la "querella entre historiadores", en realidad, afectaba de lleno a una cuestión capital, pero estrictamente local: a la concepción de conocimiento en relación con la conciencia nacional alemana, con la categorización de su identidad de pasado y presente, y a la fundamentación histórica desde donde se había erigido la República Federal Alemana y sus valores patrióticos. Desde esos supuestos se planteó su crítica frontal a los postulados conservadores, valorándolos como estrategia encaminada a minusvalorar el Holocausto con el fin de impulsar una visión neonacionalista renovada sobre la identidad y la memoria alemanas.

 

El Holocausto y la cuestión de la cooperación ciudadana

El ensayo de Hannah Arendt sobre el proceso a Eichmann generó a mediados de los años sesenta una polémica con gran repercusión mediática. Por su parte, la creciente presencia alcanzada por el Holocausto en los medios de comunicación desde finales de la década de los setenta (así como la especificidad de sus formas de tematización y representación), también acabó condicionando -siquiera indirectamente- algunos tratamientos historiográficos e, incluso, ciertos aspectos de la agenda de discusiones especializadas.

La cuestión de la cooperación ciudadana constituyó uno de los ejes dramáticos primordiales en la ficción televisiva norteamericana Holocaust (1978, con guión de Marvin J. Chomsky y realización de Gerald Green), y, ya desde un punto de vista inverso, en el largometraje cinematográfico La Lista de Schindler (1993, Steven Spielberg). Ambas producciones fueron objeto de una intensa discusión pública especialmente relevante en Alemania, donde participaron periodistas, historiadores y también víctimas de la represión nazi. A estas realizaciones audiovisuales habría que añadir el documental Shoah (1985, Claude Lanzmann). El film se estrenó coincidiendo en el tiempo con la Historikerstreit, y era fruto de una reflexión de su autor sobre cómo abordar la "representación de lo irrepresentable" fundada, en buena medida, en postulados afines a los defendidos por Saul Friedländer.

En 1996, tres años después del estreno de la película de Steven Spielberg, se publicó la primera edición de Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, obra del historiador Daniel Jonah Goldhagen. Este libro amplificó la polémica sobre la hipotética implicación activa de la sociedad alemana, o de colectivos colaboracionistas de la Europa ocupada, en el genocidio judío. Frente al personaje singular de Oskar Schindler, Goldhagen ponía el acento en el sujeto colectivo como factor decisivo para la perpetración del Holocausto.

Goldhagen destacó el alto grado de cooperación voluntaria de alemanes en la Solución Final, a su juicio como consecuencia de la prolongada impregnación de la cultura antisemita interiorizada durante décadas. A pesar de que este autor insistió en que no estaba proponiendo una tesis sobre la culpabilidad colectiva, sí habló de "extensa culpa individual".

Su interpretación de la represión pretendía superar, por tanto, el estricto círculo de responsabilidad limitado a las altas instancias que ordenaron o planificaron el Holocausto. Por debajo de ese nivel existió, a su juicio, una trama de culpabilidades de amplio espectro que habría tomado forma a través de un complejo tejido de perpetradores que participaron libre y conscientemente en los programas de represión masiva. Estos programas conformarían lo que Goldhagen llamó el "antisemitismo exterminacionista", la derivación última de un odio generalizado alimentado durante décadas. En tales coordenadas Hitler y su elite de poder actuaron no tanto como instigadores decisivos, sino más bien como catalizadores o canalizadores de pulsiones colectivas preexistentes.

Frente al argumento de la propaganda manipuladora, Goldhagen apuntó la tesis de cooperación ciudadana voluntaria en la violencia. Esa actitud constataría el grado efectivo de socialización del mito racial, o el apoyo activo al ideal de "nuevo orden" en Europa. Tales comportamientos, esencialmente no forzados, compondrían la médula moral de la "revolución nazi" y de su desprecio frontal a los valores civilizados.

 

El binomio consenso y represión

El llamado "debate Goldhagen" enfrentó las tesis defendidas por este historiador frente a las esgrimidas por un amplio grupo de historiadores o periodistas alemanes e internacionales, como Browning, Birn, Wehler o Craig.

Los críticos a Los verdugos voluntarios de Hitler resaltaron varias debilidades en este libro, como problemas en la selección y uso de las fuentes (en su mayoría testimonios de víctimas, o transcripciones de interrogatorios a verdugos realizados después de la guerra); o, particularmente, el empleo de un esquema explicativo reduccionista y lineal, donde el antisemitismo habría representado el rasgo fundamental -de hecho, la clave exclusiva- en la caracterización del histórica del proyecto del III Reich y de su alcance socializador. A ello cabría añadir la cuestión de calibrar adecuadamente cuál fue el volumen real de "perpetradores" materiales en el exterminio, cuya cifra ha sido estimada -tal y como han recordado Donald Bloxham y Tony Kushner- en alrededor de 100.000 alemanes y en otras decenas de miles más de no alemanes. Por el contrario, Goldhagen calculaba en un millón de personas la cifra aproximada de "perpetradores", cuantía que ha sido criticada por muchos historiadores.

En todo caso, y más allá de los problemas de método o interpretación, debe destacarse que la investigación de Goldhagen situó en la palestra pública de mediados de los años noventa (es decir, en el contexto posterior a la reunificación alemana) una cuestión extraordinariamente sensible: la responsabilidad social compartida en el genocidio judío más allá del estricto círculo del poder, en relación con los procesos más amplios de identificación, apoyo y colaboración existentes entre sociedad y Estado entre 1933 y 1945.

A lo largo de los últimos años se han matizado las afirmaciones de Goldhagen. A pesar de constituir un conglomerado débil, con base social muy difusa y mal conocido, estudios como el coordinado por Christine Lévisse-Touzé y Stefane Martens han reivindicado la entidad histórica de las "resistencias" al nazismo, resaltando la extraordinaria dificultad que rodeó cualquier forma de oposición al régimen (recuérdese que se ha estimado entre uno y tres millones el total de alemanes encarcelados entre 1933 y 1945).

Por su parte, Richard Evans ha apuntado en El Tercer Reich en el poder (2007) el nivel de eficacia relativa lograda por las células clandestinas del SPD hasta su definitiva desarticulación en torno a 1936: en las elecciones anuales que aún llegaron a celebrarse en 1934 y 1935 para designar diputados se registraron altas cifras de abstención, tras las cuales cabría suponer "la lealtad a la memoria de los sindicatos cercanos a la socialdemocracia".

La resistencia al nazismo estuvo nutrida por un heterogéneo conjunto de tramas, muchas veces contradictorias entre sí, entretejidas por diferentes grupos. Algunos tuvieron un claro perfil político de izquierdas. Pero también existieron prácticas de resistencia emprendidas por trabajadores urbanos o campesinos, colectivos de oposición judía, formas de disenso surgidas en el seno de instituciones religiosas cristianas, grupos de resistencia de tono conservador o brotes conspirativos en el Ejército. Y sobre todos ellos, habría que emplazar al todavía más inconcreto colectivo integrado por los resistentes pasivos, los críticos velados o los escépticos.

La necesidad de concretar y conocer las "zonas grises" o "intermedias" situadas entre la colaboración entusiasta y el rechazo frontal sigue siendo un tema capital para cifrar el alcance y los límites de la cultura social entre 1933 y 1945. Uno de los mejores conocedores de esta cuestión - Robert Gellately– ha destacado en su estudio No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso (2001), algunas de las principales problemáticas asociadas a ese magma complejo.

Las actitudes sociales suscitan múltiples "por qué", relativos a las dinámicas de interiorización y percepción popular del régimen, así como a su variabilidad, intensidad o persistencia a lo largo del tiempo. En este contexto se enmarcaría, asimismo, la cuestión referida a los niveles de conocimiento y empatía colectiva con la represión, o los problemas a la hora de cualificar los efectos de la propaganda (¿básicamente manipuladora?, ¿movilizadora?, ¿tendente a reforzar el consenso?...). Unos problemas, todos ellos, que requieren perfilar, en sus justos términos, los niveles y límites de la hipotética "responsabilidad individual extendida" sugerida por Goldhagen.

Gellately ha discutido la idea central de Goldhagen acerca de que existió una conexión lineal, unívoca y directa entre el antisemitismo anterior a 1933, el apoyo social a Hitler y la deriva hacia el exterminio. Su interpretación sobre el régimen nazi se basa, por el contrario, en considerar que existió una eficaz retroalimentación entre la aspiración por lograr un respaldo creciente por parte del régimen, las estrategias represivas y su consentimiento colectivo.

Entre 1933 y 1939 la represión se amoldó, según este autor, a distintos ritmos y graduaciones. La violencia estatal fue selectiva (dirigida principalmente contra los opositores políticos o los colectivos "asociales"), pública (con gran eco en los medios de comunicación), intentó incorporar una cultura de la delación cada vez más amplia, y buscó siempre la comprensión social, matizándose en aquellos momentos en que desde el poder se percibió el riesgo de un posible rechazo ciudadano. Simultáneamente, el apoyo al régimen fue posible, sobre todo, por la sensación de éxito en el plano socioeconómico, algo que permitía subrayar de forma tangible la eficacia de la fórmula del nacionalsocialismo frente a la denostada República de Weimar.

Gellately estima que durante este período el antisemitismo ni fue la principal preocupación del Estado ni, menos aún, de la ciudadanía. Las muestras de antisemitismo popular espontáneo fueron exiguas. Sin embargo, la población alemana aceptó cada vez de mejor grado las progresivas medidas racistas, desde las primeras depuraciones profesionales o boicots, a las leyes racistas promulgadas en septiembre de 1935.

El escenario de la violencia sufrió una radicalización extraordinaria -una "revolución dentro de la revolución"- a partir de 1939, y, en especial, entre 1941 y 1945. En este contexto, propio de un clima cada vez más exacerbado de guerra total, la violencia estatal se diversificó. Abarcó el objetivo del exterminio de la población judía, si bien en tensión ocasional con las presiones para su explotación como mano de obra, e incluyó también la persecución y matanzas de otros colectivos étnicos. A ello se añadieron las prácticas dirigidas a la eliminación de marginados o enfermos, la violencia contra opositores políticos de países ocupados o contra prisioneros de guerra.

Todo ello requirió de una infraestructura cada vez más compleja de centros de detención e internamiento, campos de prisioneros, de concentración y de exterminio. La represión se articuló de un modo dual: presentó un lado esencialmente oculto (la Solución Final), pero también una faceta notoriamente pública que era perceptible para muchos alemanes incluso a las puertas de sus propias casas. Desde ahí pudieron ver pasar, a plena luz del día, batallones de detenidos dedicados a tareas de limpieza o reconstrucción, o a grupos de prisioneros que iban o venían desde talleres y fábricas, así como frecuentes muestras de agresividad despiadada contra ellos.

Estos hechos desdicen la tesis de absoluto desconocimiento ciudadano sobre las atrocidades cometidas durante la etapa del III Reich. Al tiempo, deben ser analizados desde el enfoque de que las prácticas públicas de violencia representaron no tanto un ejercicio de amendrentamiento general a la población, sino que se orientaron, más bien, en una lógica tendente a reforzar el eco socializador del proyecto hitleriano.

En este contexto debe huirse de las generalizaciones simplificadoras. Tal y como ha planteado Ian Kershaw en su estudio Hitler, the Germans, and the Final Solution (2008), la represión fue un factor de primer orden entre 1933 y 1945, el discurso antisemita resultó explícito y constante, y se construyó a través de un juego semántico eficaz, tendente a oponer de modo cada vez más enconado los definidos como "intereses de la mayoría" frente a una "minoría" étnica abiertamente demonizada. Pero, como también ha recalcado Kershaw, tampoco debe olvidarse la premisa de que el hecho del genocidio judío durante la Segunda Guerra Mundial fue conocido por un número relativamente reducido de personas.

A ello cabe añadir que la socialización nazi ni fue total ni absolutamente compacta. Presentó áreas de disidencia, fisuras y múltiples facetas. Tal y como ha apuntado Robert Gellately, éstas últimas habrían abarcado desde un nivel de auxilio ciudadano a los judíos probablemente más amplio del que a veces se ha indicado, hasta un grado de comprensión y complicidad social en la represión también más extendido que el señalado en múltiples ocasiones.

  

3. LAS REPRESENTACIONES AUDIOVISUALES

El judío eterno (Fritz Hippler, 1940)

Eichmann en Jerusalén

 

 Hannah Arendt y la banalidad del mal.

 

Wannsee Conference Letter from Reinhard Heydrich to Martin Luther Invitation

Carta de R. Heydrich a M. Luther, invitándole a asistir a la Conferencia de Wannsee (enero de 1942)

("La reunión programada para el día 9-12-41, sobre cuestiones relacionadas con la solución final al problema judío, tuvo que ser aplazada desafortunadamente en el último momento como consecuencia de varios acontecimientos y los impedimentos para que varias personas pudiesen asistir...")

 

Discurso de H. Himmler en Poznan (6 de octubre de 1943)

La Lista de Schindler (S. Spielberg, 1993)

3. El extraño (Orson Welles, 1946)

 

4. Holocaust (1978): los alemanes corrientes y el genocidio judío.

5. Exodus (Otto Preminger, 1960)

 

TRANSTERRITORIALIZACIÓN DEL HOLOCAUSTO

6. Yad Vashem (Jerusalén)

7. Unites States Holocaust Memorial Museum (Washington)

8. Rommel (Niki Stein, 2012)

9. El Ángel de Budapest (Luis Oliveros, TVE, 2011)

10. El fotógrafo de Mauthausen (Mar Targarona, 2018)

11. El convoy de los 927 (M. Armengou y R. Belis, 2004).

https://vimeo.com/258562095

12. El largo camino a casa (Mark Jonathan Harris, 1997)

4. TEXTOS COMPLEMENTARIOS

 

Tony Judt: "Demasiado Holocausto mata al Holocausto"

Tony Judt 2008

Norman Finkelstein: "La industria del Holocausto"

Norman Finkelstein 2002

5. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA

- Canet, Manuel y Renau, Elisa (eds.), La controversia Goldhagen: los alemanes corrientes y el Holocausto, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1997.

- Capellán de Miguel, Gonzalo, "Un pasado que no pasa. Goldhagen y la historia del tiempo presente en Alemania", en Navajas, Carlos (coord,), Actas del III Simposio de Historia Actual, 2002, I, pp. 343-374.

- Cobo Romero, Francisco, "Los apoyos sociales a los regímenes fascistas y totalitarios en la Europa de entreguerras", Historia Social, 71, 2011, pp. 61-88.

- Fernández, Antonio, "La controversia sobre los alemanes corrientes y el holocausto",Cuadernos de Historia Contemporánea, 1998, 20, 261-271.

-Friedländer, Saul, En torno a los límites de representación: el nazismo y la Solución Final, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2007.

- González Calleja, Eduardo, "Los apoyos sociales de los movimientos y regímenes fascistas en la Europa de entreguerras: 75 años de debate científico", en Hispania, LXI, 1, 2001, pp. 17-68.

- Kershaw, Ian, La dictadura nazi. Problemas y perspectivas de interpretación, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.

- LaCapra, Dominick, Representar el Holocausto. Historia, teoría, trauma, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2006.

- Mees, Ludger, "La Catástrofe Alemana y sus historiadores. El fin del régimen nacionalsocialista cincuenta años después", en Historia Contemporánea, 13-14, 1996, pp. 465-486.

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