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 1. PERCEPCIONES MEDIÁTICAS APOCALÍPTICAS: LA LARGA POSGUERRA FRÍA COMO UN ESCENARIO DE UN CRECIENTE "DESORDEN INTERNACIONAL"

“Termina un periodo económico y geopolítico liderado por Occidente. ¿Vendrá un desmoronamiento con desglobalización y conflictos o un período en el que más potencias opten por cooperar entre ellas?

No es cierto que la humanidad no pueda aprender de la historia. Puede hacerlo, como lo demuestra el hecho de que Occidente aprendió las lecciones del período oscuro transcurrido entre 1914 y 1945. Pero parece que ahora las ha olvidado. Una vez más estamos viviendo en una época de nacionalismo estridente y xenofobia. Las esperanzas de crear un mundo nuevo de progreso, armonía y democracia gracias a la apertura de los mercados en la década de 1980 y al hundimiento del comunismo soviético entre 1989 y 1991 se han convertido en cenizas.

¿Qué futuro le espera a EEUU, creador y garante del orden liberal de la posguerra, que pronto será gobernado por un presidente que repudia las alianzas permanentes, defiende el proteccionismo y admira a los déspotas? ¿Qué futuro le espera a una UE maltrecha, con el auge de la democracia no liberal en el este, el Brexit y la posibilidad de que Marine Le Pen sea elegida presidenta de Francia?

¿Qué futuro espera ahora que la Rusia de Vladimir Putin quiere recuperar antiguos territorios y ejerce una creciente influencia sobre el mundo y que China ha anunciado que Xi Jinping no es el primero entre iguales sino el líder principal?
El origen del sistema económico y político mundial contemporáneo fue una reacción a los desastres de la primera mitad del siglo XX. Estos últimos, a su vez, fueron causados por el progreso económico sin precedentes, pero altamente desigual, obtenido en el siglo XIX.

Las fuerzas de transformación desencadenadas por la industrialización fomentaron la lucha de clases, el nacionalismo y el imperialismo. Luego, entre 1914 y 1918 ocurrieron la guerra industrializada y la revolución bolchevique. El intento de restaurar el orden liberal imperante antes de la primera guerra mundial en la década de 1920 terminó con la Gran Depresión, el triunfo de Adolf Hitler y el militarismo japonés de la década de 1930. Esto a su vez creó las condiciones idóneas para la masacre catastrófica de la segunda guerra mundial, a la que siguió la revolución comunista en China.

Después de la segunda guerra mundial, el mundo estaba dividido en dos campos: la democracia liberal (encabezada por Estados Unidos) y el comunismo (dirigido por la Unión Soviética). Los imperios controlados por los estados europeos se desintegraron, lo que dio lugar a una serie de nuevos países en lo que se llamaba el tercer mundo. Ante una civilización europea en ruinas y la amenaza del totalitarismo comunista, Estados Unidos, la economía más próspera del mundo y el país con mayor poder militar, utilizó su riqueza y su sistema de autogobierno democrático para crear, promover y sostener un Occidente transatlántico. De este modo, los líderes occidentales aprendieron conscientemente las lecciones de los errores políticos y económicos desastrosos que cometieron sus predecesores después de su entrada en la primera guerra mundial en 1917.

A nivel nacional, tras la segunda guerra mundial, los países de este nuevo Occidente se fijaron el objetivo de lograr el pleno empleo y un cierto tipo de estado de bienestar. A nivel internacional, una nueva serie de instituciones -el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, el antecesor de la Organización Mundial de Comercio, OMC) y la Organización para la Cooperación Económica Europea (el instrumento del Plan Marshall, más tarde rebautizado como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE)- supervisó la reconstrucción de Europa y promovió el desarrollo económico mundial. La OTAN, el núcleo del sistema de seguridad occidental, fue fundada en 1949. El Tratado de Roma, que estableció la Comunidad Económica Europea, la antecesora de la UE, se firmó en 1957.

Esta actividad creativa se produjo en parte como respuesta a las presiones inmediatas, sobre todo a la miseria económica europea de la posguerra y a la amenaza de la Unión Soviética de Stalin. Pero también reflejaba una visión de un mundo más cooperativo. Desde el punto de vista económico, la posguerra se puede dividir en dos periodos: el periodo keynesiano de Europa y de la convergencia económica de Japón y el periodo posterior de la globalización orientada hacia el mercado, que empezó con las reformas de Deng Xiaoping en China a partir de 1978 y las elecciones en el Reino Unido y Estados Unidos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en 1979 y 1980, respectivamente.

Este último período se caracterizó por la finalización de la Ronda Uruguay de negociaciones comerciales en 1994, la creación de la OMC en 1995, el ingreso de China en la OMC en 2001 y la ampliación de la UE en 2004 que acogió a antiguos miembros del Pacto de Varsovia. El primer período económico terminó con la gran inflación de la década de 1970. El segundo período terminó con la crisis financiera de Occidente de 2007-2009. Entre estos dos períodos hubo una época de confusión e incertidumbre económica, como está ocurriendo ahora. La principal amenaza económica en el primer período de transición fue la inflación. En esta ocasión ha sido la desinflación.

Desde el punto de vista geopolítico, la posguerra también se puede dividir en dos periodos: la guerra fría, que finalizó con la caída de la Unión Soviética en 1991, y la época posterior a la guerra fría. Estados Unidos participó en guerras importantes en ambos períodos: las guerras de Corea (1950-1953) y Vietnam (1963-1975) en el primero y las dos guerras del Golfo (1990-1991 y 2003) en el segundo. Pero no se libró ninguna guerra entre grandes potencias, aunque estuvo muy cerca de producirse durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962. El primer período geopolítico terminó en decepción para los soviéticos y en euforia en Occidente. Hoy en día, es Occidente el que se enfrenta a la decepción geopolítica y económica.

Oriente Próximo está en crisis. La migración masiva se ha convertido en una amenaza para la estabilidad europea. La Rusia de Putin está avanzando. La China de Xi es cada vez más firme. Occidente parece impotente. Estos cambios geopolíticos son, en parte, el resultado de cambios deseables, sobre todo la propagación de un desarrollo económico rápido más allá de Occidente, en particular a los gigantes asiáticos, China e India. Algunos son también el resultado de decisiones tomadas en otros lugares, como la decisión de Rusia de rechazar la democracia liberal e imponer el nacionalismo y la autocracia como el núcleo de su identidad poscomunista y la decisión de China de combinar la economía de mercado con el control comunista.

Pero Occidente también ha cometido grandes errores, entre los que destaca la decisión después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de derrocar al líder iraquí Saddam Hussein y de difundir la democracia en Oriente Próximo a punta de pistola. Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, ahora se considera que la guerra de Irak tuvo un origen ilegítimo, se gestionó de forma incompetente y sus resultados fueron desastrosos.

Las economías occidentales también se han visto afectadas en mayor o menor grado por la desaceleración del crecimiento, el aumento de la desigualdad, el elevado nivel de desempleo (especialmente en el sur de Europa), los cambios en el mercado laboral y la desindustrialización. Estos cambios han tenido efectos particularmente adversos sobre los hombres poco cualificados. La indignación por la inmigración masiva ha crecido, especialmente en partes de la población afectadas negativamente también por otros cambios.Algunos de estos cambios fueron el resultado de cambios económicos que eran inevitables o que no eran deseables. Es improbable que se ponga freno a la amenaza que supone la tecnología para los trabajadores no cualificados y a la creciente competitividad de las economías emergentes. Sin embargo, en materia de política económica también se cometieron grandes errores, sobre todo no poder conseguir que los beneficios del crecimiento económico se repartieran de forma más igualitaria.

No obstante, la crisis financiera de 2007-2009 y la posterior crisis de la Eurozona fueron los acontecimientos decisivos, que tuvieron efectos económicos devastadores: una subida repentina del desempleo seguida de recuperaciones débiles. Las economías de los países avanzados son una sexta parte más pequeñas hoy en día que lo que lo habrían sido si hubieran continuado las tendencias anteriores a la crisis.

La respuesta a la crisis también socavó la creencia en la equidad del sistema. Mientras la gente corriente perdía sus trabajos o sus casas, el gobierno rescató al sistema financiero. En Estados Unidos, donde el libremercado es una fe secular, esto pareció especialmente inmoral. Por último, estas crisis destruyeron la confianza en la capacidad de actuación y la honradez de las élites financieras, económicas y políticas, sobre todo en la gestión del sistema financiero y en la idea de crear el euro.

En conjunto, todo esto destruyó los pilares en los que se basaban las democracias complejas, que hacían que las élites pudieran ganar grandes sumas de dinero o disfrutar de una gran influencia y poder siempre y cuando hicieran lo que se esperaba de ellas. En su lugar, un largo período de bajo crecimiento de los ingresos para la mayoría de la población, especialmente en Estados Unidos, culminó, para sorpresa de casi todos, en la mayor crisis desde la década de 1930. Ahora, el shock ha dado paso al miedo y la rabia.

La serie de errores geopolíticos y económicos también ha socavado la reputación de la capacidad de actuación de los países occidentales, mientras que ha incrementado la de Rusia y, aún más, la de China. Y con la elección de Donald Trump también ha causado un agujero en las reivindicaciones raídas del liderazgo moral de Estados Unidos.

En resumen, estamos al final de un periodo económico (el de la globalización liderada por Occidente) y de un periodo geopolítico (el momento unipolar posterior a la guerra fría de un orden mundial liderado por Estados Unidos).
La cuestión es si lo que vendrá ahora será un desmoronamiento de la era posterior a la segunda guerra mundial que dé lugar a la desglobalización y a conflictos, como sucedió en la primera mitad del siglo XX, o un nuevo período en el que potencias no occidentales, especialmente China e India, desempeñarán un papel más importante en el mantenimiento de un orden mundial cooperativo. Una gran parte de la respuesta dependerá de los países occidentales. Incluso ahora, después de una generación de declive económico relativo, EEUU, la UE y Japón generan algo más de la mitad de la producción mundial en términos de precios de mercado y el 36% en términos de paridad de poder adquisitivo. También siguen siendo los países donde están las empresas más importantes y más innovadoras del mundo, los principales mercados financieros, las instituciones de educación superior de mayor renombre y las culturas más influyentes. EEUU también debería seguir siendo durante décadas el país más potente del mundo, sobre todo a nivel militar, aunque su capacidad para influir en el mundo se debe en gran parte a su red de alianzas forjadas en los primeros años de la posguerra gracias a su forma de gobierno creativa. Hay que mantener estas alianzas.

No obstante, el ingrediente esencial para que Occidente tenga éxito deben ser las políticas y las medidas que se tomen a nivel nacional. El crecimiento lento y el envejecimiento de la población ejercen presión sobre el gasto público. Dado que el crecimiento es débil, sobre todo el de la productividad, y que hay una agitación estructural en los mercados laborales, la política ha adquirido características de suma cero: en lugar de prometer más riqueza y bienestar para todo el mundo, coge cosas de unos para dárselas a los otros. Los ganadores en esta lucha han sido los que ya eran muy ricos. Esto ha incrementado el nerviosismo y la tensión de las personas de clase media y baja de la pirámide de la distribución de la riqueza y les ha hecho más susceptibles a la demagogia racista y xenófoba.

A la hora de evaluar las posibles respuestas, hay que tener en cuenta dos factores. En primer lugar, el periodo posterior a la segunda guerra mundial de hegemonía de Estados Unidos ha sido un gran éxito global. Los ingresos reales medios per cápita a nivel mundial aumentaron un 460% entre 1950 y 2015. El porcentaje de la población en situación de pobreza extrema cayó del 72% en 1950 al 10% en 2015. Por otra parte, la esperanza de vida en el momento del nacimiento a nivel mundial aumentó de 48 años en 1950 a 71 años en 2015, y el porcentaje de la población que vive en países democráticos subió del 31% al 56%.
En segundo lugar, el comercio no ha sido de ninguna manera la principal causa de la disminución prolongada del porcentaje de empleos en la industria de EEUU, aunque el aumento del déficit comercial tuvo un efecto significativo sobre el empleo en este sector después del año 2000. El crecimiento de la productividad impulsado por la tecnología ha sido más importante.
Asimismo, el comercio tampoco ha sido la principal causa del aumento de la desigualdad: todas las economías de renta alta se han visto afectadas por los grandes cambios en la competitividad internacional, pero los efectos de estos cambios sobre la distribución de los ingresos han variado enormemente según país.

EEUU y los líderes occidentales tienen que encontrar mejores maneras de satisfacer las exigencias y necesidades de sus habitantes. Pero el Reino Unido aún no tiene una idea clara de cómo va a funcionar después del Brexit, la eurozona sigue siendo frágil y algunas de las personas que Trump tienen previsto nombrar para altos cargos, así como los republicanos en el Congreso, parecen decididos a cortar los cables pelados de su red de seguridad social.

Un Occidente dividido, encerrado en sí mismo y mal administrado es probable que sea muy desestabilizador. Entonces China podría imponer su grandeza. No se sabe si podrá asumir un papel más importante a nivel mundial, dados los enormes problemas internos que tiene, pero parece bastante improbable.

Si Occidente sucumbiera a la tentación de las soluciones falsas debido a la desilusión y la rabia, incluso podría destruir los pilares intelectuales e institucionales en los que se ha basado el orden económico y político mundial de la posguerra. Es fácil entender estos sentimientos, y al mismo tiempo rechazar esas respuestas tan simplistas. Occidente no se curará a sí mismo haciendo caso omiso a las lecciones de su historia. Pero podría muy bien crear el caos en el intento”.

Martin Wolf, “El camino hacia un nuevo desorden mundial”, Financial Times-Expansión, 13 de enero de 2017

 

 2.- FUNDAMENTALISMOS Y POLÍTICA

 2. 1. Semánticas sobre el fundamentalismo

La aparición del término “Fundamentalismo”

"Podemos rastrear en los países occidentales el inicio de la utilización de este término a principios de los años ochenta particularmente para referirse a las características del sistema político que se había establecido en Irán luego de la Revolución Islámica. Los clérigos iraníes eran considerados “fundamentalistas” pero había mucho de novedoso y poco de fundamental en sus planes de organización social.

Para los dirigentes iraníes que llevaron adelante este cambio de régimen, el principal objetivo era el “reestablecimiento” de una sociedad guiada por los principios y valores islámicos shiitas. En este sistema, el clero tiene una posición central al encarnar la idea de autoridad colegiada basada en el conocimiento religioso.El Ayatollah Jomeini desarrolló esta idea, denominada Velayat-e-faqih (Gobierno de los sabios), de acuerdo a la misma, la autoridad religiosa (los sabios, la clase de los ulema) debían ser los encargados de dirigir a la sociedad puesto que eran los que mejor conocían los principios de la religión islámica, y debido a que en el Islam no existe una separación entre la esfera religiosa y la esfera política, también debían ser los encargados de dirigir las estructuras políticas del Estado.

Este desarrollo teórico si bien se asentaba en la tradición shiita duodecimana de gobierno de los sabios hasta la vuelta del “Imam oculto” (El Mahdi), incorporaba “novedades” que no eran compartidas por todo el espectro teológico de esta escuela.
Demás está decir que si generaron oposición dentro de la escuela shiita generaron mucha más en la escuela sunnita. Los teólogos sunnitas nunca aceptaron realmente esta doctrina de gobierno a la que consideraban una “innovación”.
Más allá de estas cuestiones, sí podríamos hablar de “fundamentalismo” si con ello hacemos referencia a la idea de “volver” a los principios islámicos que habían sido abandonados por el intento modernizador del Sha Reza Pahlevi. Sin embargo, tal como hemos hecho notar, no sólo era volver al pasado sino también incorporar un nuevo concepto como el de “Gobierno de los sabios”.

Es así que podemos ver que el uso masificado de este término a principios de los años ochenta no hacía referencia a un fenómeno antiguo y cíclico en el mundo islámico (el interés por revitalizar a la sociedad a través del regreso a las fuentes) sino a nuevos conceptos y desarrollos teóricos (en el caso iraní).

Tal como lo sosteníamos, aquí residía la oposición de muchos líderes religiosos islámicos al régimen de Jomeini y las críticas con respecto a las innovaciones que él había incorporado al corpus de pensamiento político islámico. Innovaciones que podían derivarse de su autoridad en el campo de shiismo pero que no tenían lugar en el del Islam sunnita. Como ejemplo de esto podemos citar la abierta oposición de la Universidad de Al Azhar en El Cairo (sin lugar a dudas la Universidad sunnita más antigua y prestigiosa) a la Fatwa emitida por Jomeini condenando a muerte a Salman Rushide por su libro “Los versos satánicos” en 1988. La voluntad de Jomeini de presentarse como un dirigente con influencia en todo el mundo musulmán no tuvo mucha acogida tal como lo hemos señalado, tan sólo logró plasmarse esa influencia en el movimiento Hezbollah libanés que nació como una escisión de la milicia shiita Amal a principios de la década de los años ochenta en el contexto de la Guerra Civil Libanesa.

En estos mismo años, pero en el ámbito francófono aparecerá el término “integrismo” como sinónimo de “fundamentalismo“ (más común en el ámbito anglófono). De todas maneras, y tal como está ampliamente estudiado, ambos términos (Fundamentalismo e Integrismo) tienen su origen en movimientos cristianos.

Se conocía con el nombre de “Fundamentalistas” a ciertas sectas norteamericanas de principios del siglo XX opuestos a las tesis evolucionistas de Darwin y que propugnaban una interpretación literal de la Biblia. Por otro lado, el término “Integrismo” nace en el contexto de las Guerras Carlistas en la España del siglo XIX y sostenía la necesidad de una unión entre el poder político y el poder religioso en la sociedad. En este sentido, pareciera ser más correcto su utilización para designar a los movimientos islámicos ya que en el Islam no existe diferenciación entre la esfera política y religiosa. O como sostenía A. Toynbee: “Al Islam le sigue faltando una Revolución Francesa”.

Más allá de este “préstamo”, lo cierto es que desde finales de los ochenta y durante toda la década de los años noventa se ha notado un creciente uso del término “fundamentalismo” para referirse a los fenómenos de revitalización o resurgir del Islam en distintas sociedades. Sin embargo, no es posible hablar de un solo “fundamentalismo” (si es que tal hecho pudiera existir), sino de múltiples intentos de retomar el camino originario del Islam, de varios “fundamentalismos”.
Así podemos hablar de un intento de revitalización y organización social con elementos de tipo nacionalista (el caso iraní), otro que le asigna gran importancia a los códigos y lealtades tribales pashtunes (el caso talibán) y uno donde la ética beduina y la lengua árabe desempeñan un papel central (el wahhabismo saudí).

Esto, sólo para hablar de los más representativos y que han obtenido mayor aceptación dentro de sus respectivas sociedades".

Paulo Botta, El concepto de “Fundamentalismo Islámico”, Centro de Estudios del Medio Oriente Contemporáneo, Argentina, 2007.

En: https://www.files.ethz.ch/isn/103379/2007_01_fundamentalismo.pdf

 

2. 2. Religión y política

Con Dios de nuestro lado, fe y ambición

 

2. 3. Posguerra Fría y guerra contra el terrorismo

Dos son los fenómenos que indiscutiblemente caracterizan el escenario estratégico internacional, la globalización y la guerra contra el terrorismo. Ambos han recibido atención académica y mediática notable y ambos resultan de difícil comprensión para la mayor parte de los ciudadanos. Existe además un notable desequilibrio analítico, a favor de la globalización, que hace muy difícil explicar el papel de la guerra contra el terrorismo en las relaciones internacionales. En pocas palabras, resulta imposible saber que es, cuanto va a durar y que tipo, si lo hace, de sociedad internacional podría configurar a su alrededor.
La confusión es mayor si se parte de la percepción de la globalización que se ha abierto paso a lo largo de los últimos años como un modelo o sistema que habría sustituido al anterior, la guerra fría, y repleto de novedades que lo convertirían en un fenómeno nuevo y sustancialmente impredecible.

La comparación entre la guerra fría y la globalización resulta, sin embargo, dificultosa. Cierto es que permite simplificar los datos que ayudan a configurar una visión del mundo tras la desaparición del bloque del Este, pero la globalización parece ser más compleja que la guerra fría. Y eso sucede por un hecho evidente, la globalización modifica la naturaleza de las relaciones de poder político, tanto como las condiciones en las que los individuos desarrollan todos los ámbitos de su vida. La dimensión de un fenómeno y otro parece distinta, porque lo es. No es que la guerra fría no afectase al común de los mortales, es que lo hacía de forma más moderada, fundamentalmente porque la globalización en aquellas fechas no había coincidido en el tiempo con la revolución tecnológica que hoy la caracteriza. Este hecho es crucial para entender las diferencias entre globalización y guerra contra el terrorismo, de tal forma que esta última si configura un sistema de relaciones internacionales, heredero de la guerra fría, en un escenario mayor que es hoy, como ayer, un proceso de globalización que se limita, y no es poco, a influir en su configuración y desarrollo.

LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO: EL SISTEMA

Tras los atentados del 11 S la administración norteamericana, de forma muy razonable, decidió asumir la actividad terrorista como un problema de seguridad que debía ser afrontado sin dilación y con todos los medios policiales y militares necesarios. Con rapidez extraordinaria el aparato de seguridad norteamericano fue capaz de desencadenar una ofensiva en Afganistán, terminada con éxito, pero sin la captura del principal ideólogo terrorista Ben Laden, reorganizar la seguridad interior y organizar una suerte de alianza internacional cuyo objetivo era, y es, combatir el terrorismo fundamentalista en todos los frentes. Con estas medidas los EEUU ponían en marcha un cambio de paradigma definitivo, la guerra contra el terrorismo; con sus líneas divisorias, a favor o en contra de las organizaciones y estados que lo practican o fomentan; y capaz de establecer, como hizo la guerra fría, las coordenadas precisas de cualquier estado en ese nuevo campo de batalla.

Hasta entonces el nuevo orden estratégico mundial se había intentado describir utilizando conceptos generales, la globalización; o parciales, la guerra de civilizaciones, que no eran excluyentes, pero no acababan de situar a todos los estados del planeta en un mismo tablero de juego. La primera por su magnitud, y la segunda por su limitación. La guerra contra el terrorismo tenía sin embargo la virtud de no afectar a las dos anteriores, que podemos definir como percepciones estratégicas, y permitir organizar la actividad geopolítica en un plano táctico, sencillo de aprehender. De ahí que sea posible hablar ya de una sustitución definitiva de paradigma, de un verdadero cambio de sistema: de la guerra fría a la guerra contra el terrorismo. El nuevo sistema posee, como tenía el anterior, un orden interno; una oposición doméstica, un enemigo a batir y un carácter global. Conviene analizar cada uno de ellos.

El orden o estructura de la guerra fría era sencillo. Dos bloques, uno liderado por los EEUU y otro por la Unión Soviética, se enfrentaron durante años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hasta 1989, en varios frentes. Uno convencional, a lo largo de la frontera que dividía Europa; un frente ideológico de carácter global; el tercero nuclear, que aseguró la disuasión mutua y concedió un alto carácter estático al enfrentamiento y el último regional, que se tradujo en la cooptación de guerras menores en el tercer mundo en las que contendientes locales se alineaban, se nutrían y representaban intereses de uno u otro bando. La guerra contra el terrorismo también posee una estructura en formación: dos bloques, el de las naciones dispuestas a combatirlo (amenazadas, además, por la actividad terrorista de forma directa) y el de los estados que se niegan a ello. El primero liderado por EEUU, el segundo carente de un liderazgo único por ahora, pero en el que encontramos potencias en declive como Rusia, estados en alza como China y estados agresivos como Irán. Que la amenaza no proceda directamente de los estados, pero si de sus protegidos o tolerados, no modifica la estructura en formación descrita. Los dos bloques se enfrentan en varios frentes, también en proceso de consolidación. Uno convencional, entre Occidente y sus aliados democráticos como Japón, Taiwán o Corea del Sur, y las potencias agresivas o inestables (reforzamiento militar de Japón, defensa de Taiwán, presión sobre Irán, escudo antimisiles en Polonia); otro ideológico, de nuevo global, que enfrenta a la tradición liberal y democrática occidental con el islamismo radical (islamoleninismo o islamofascismo) y su aliado natural, la izquierda antisistema euro-norteamericana; el tercero nuclear, frente que intenta ser levantado por países como Irán y Corea del Norte con objeto de estabilizar el enfrentamiento con Occidente; y el último regional, con guerras y conflictos en curso (Irak, Afganistán, Somalia) en las que se ensaya el enfrentamiento directo con unidades terroristas y el alineamiento de los contendientes con uno u otro bloque. En ambos casos la estructura descrita ha funcionado en el seno del fenómeno globalizador, si bien el desarrollo tecnológico y los cambios económicos refuerzan la capacidad de los contendientes hoy, y la limitaban entonces.

La oposición doméstica resulta perfectamente reconocible. De hecho se trata de la misma que mantuvo posiciones ambiguas o claramente antioccidentales durante la guerra fría. La izquierda en su conjunto responde, con niveles de intensidad variables a este patrón; y dentro de ella resultan especialmente aparentes los movimientos antisistema, pacifistas, ambientalistas y ecologistas que alimentan y se alimentan de un amplio espacio mediático e intelectual que intenta reorganizar una alternativa antiliberal, antiamericana y extremadamente comprensiva con las posiciones que amparan, comparten o pretenden entender la violencia terrorista. La oposición interna tiene por tanto un origen histórico bien definido, un contenido ideológico en fase de consolidación y una tendencia natural a reafirmarse utilizando o incorporando ideas o valores revolucionarios.

El enemigo a batir y su naturaleza a menudo poco convencional han justificado con frecuencia las dudas sobre la existencia o no de un nuevo sistema internacional organizado. Sin embargo el enemigo existe, y su naturaleza es en realidad menos informal de lo que aparenta. Por naturaleza, los seguidores de una ideología aspiran a implantarla en el mundo de la realidad. La utilización del terrorismo como fórmula para implantarla por la fuerza no modifica los patrones convencionales que han permitido entender el éxito inicial del fascismo, nazismo y comunismo, con las cuales guarda notables similitudes. La expansión crítica de esta ideología que, como se ha afirmado, pretende controlar aparatos estatales cuanto antes ha coincidido en el tiempo con regímenes políticos que responden a los nuevos valores, al menos en algunos campos concretos. Los estados del Golfo han alimentado la ortodoxia religiosa; Irán posee la violencia propia de un régimen revolucionario. Estos factores convierten a los estados citados en elementos que cooperan o refuerzan, a veces inconscientemente, la ideología radical que se ha hecho un hueco en todas las sociedades, por pequeñas y estables que sean, donde existe suficiente masa crítica. La conjunción de ideología, poder electoral potencial (piénsese en el caso de Marruecos, donde el islamismo es una espada de Damocles que amenaza cada secuencia electoral), terror y violencia; junto con los intereses estratégicos de los regímenes más inclinados a favorecer o tolerar los comportamientos islamistas resulta ser un ambiguo pero eficiente enemigo. Un enemigo que recibe además el apoyo de todo régimen de corte populista, socialista o revolucionario existente en otros puntos del planeta. Esta colaboración no es nueva. Los contactos de Cuba y Venezuela con Irán constituyen una muestra más que razonable, y la posibilidad de que confluyan no solo intereses sino técnicas de acción terrorista una rigurosa posibilidad. Se trata por tanto de una ideología de éxito, que utiliza como elemento vehicular los valores y conceptos religiosos propios del Islam y que disfruta, por tanto, de una aproximación sencilla y rápida a sus posibles suscriptores, acostumbrados al lenguaje, interpretaciones morales y mitología propias de la religión de Mahoma.

Por último, se trata de un sistema global. Es decir, capaz de organizar en torno a sus parámetros esenciales a todos los estados que componen hoy la Comunidad Internacional. La acción terrorista se produce en cualquier lugar del globo contra intereses o instalaciones de naturaleza o valor similar; la actividad contraterrorista tiene también al planeta como zona de juego; la ideología islamista aspira a obtener una proyección global, con objetivos precisos en África y Europa que estima al alcance de su mano. Y los estados se definen respecto a la tensión descrita como aliados o contrarios, siendo cada vez más difícil mantener una distancia con las circunstancias descritas. Las guerras locales comienzan a estar mediatizadas por el conflicto ideológico, hecho facilitado por la amplia extensión de la religión musulmana en el planeta. Una tendencia que difícilmente cambiará a corto plazo y obligará a los partidos de izquierda occidentales a buscar un nuevo equilibrio entre la composición antisistema creciente de su electorado, el antiamericanismo de sus cuadros y la necesidad de hacer frente a una amenaza ineludible que afecta a la seguridad de cualquier sociedad libre.

GLOBALIZACIÓN: ESCENARIO

Si la guerra contra el terrorismo conforma un sistema, la globalización debe por necesidad configurar un escenario. Establecer esta diferencia resulta más trascendente de lo que a priori pueda parecer, porque reconocer su naturaleza supone en la práctica adoptar una actitud determinada, preventiva o elusiva, ante los riesgos que presenta la guerra contra el terrorismo. Dos son en esencia las posturas beligerantes, la primera identifica la globalización con un sistema sustitutivo del anterior, esto es, la globalización habría desplazado a la guerra fría. La segunda considera a la globalización como un fenómeno de amplia extensión, capaz de configurar un escenario planetario único en el que caben sistemas de rango menor, bien por extensión, bien por duración. Para la primera el fenómeno es novedoso, para la segunda constituye un escenario ya existente consolidado con los avances tecnológicos de todo tipo que le sirven.

¿Por qué es más razonable la segunda que la primera? La pregunta tiene una respuesta sencilla, porque permite explicar mejor algunos de los problemas estructurales que hoy afectan a la Sociedad Internacional, entre ellos el fenómeno del terrorismo islámico y su origen ideológico.

La globalización podría, siguiendo la primera postura, entenderse como un sistema; como la posguerra, por ejemplo, constituyó otro de naturaleza bien distinta. Como sistema, por tanto, sería la referencia con relación a la cual es inevitable interpretar los acontecimientos que sacuden hoy el orden político internacional. Sin embargo la globalización tiene otra naturaleza paralela que la diferencia definitivamente de la guerra fría, como sistema, y lo acerca a otros fenómenos omnicomprensivos del pasado, como el Renacimiento o la Ilustración; que no conformaron sistemas, pero si fueron globalizadores. Esta doble naturaleza explica las contradicciones que padecen algunas sociedades, y de hecho determinadas culturas, para encontrar un punto de equilibrio en el eje descrito. El Islam no es ni puede ser ajeno a la globalización como escenario sistémico, pero no encaja en aquella si es entendida como patrón cultural. Las tensiones provocadas en ambos ámbitos se entrecruzan de tal forma que pudieran parecer un mismo problema, cuando de hecho son dos, algo que explica el fracaso del mundo islámico en este nuevo escenario y las reacciones estridentes contra el orden internacional de estados, organizaciones, grupos e individuos de filiación islámica. Para consolidar esta oposición es necesaria una ideología. Para ejercerla, una organización. Y para ejecutarla, una forma de acción, política, o violenta: islamofascismo, islamocomunismo, islamismo radical, yihad global. Términos varios para definir un mismo hecho político, ideológico, revolucionario, violento e, inevitablemente, criminal.

Si diferenciamos desde el principio el escenario, estable, y el sistema, cambiante, es más fácil percibir el origen de las tensiones ideológicas de todo tipo de las que se nutre el radicalismo islámico. Esta diferenciación permite asimilar con normalidad la utilización de técnicas y tecnologías modernas, es decir, propias de la globalización; con el rechazo visceral a la cultura que las transmite. Al mismo tiempo permite establecer la guerra contra el terrorismo en su justa dimensión, abandonando la idea tan extendida de que la modernidad, proyectada con fuerza global, acabará por diluir el presente enfrentamiento entre Islam y Occidente. El islamismo no está ni puede estar en contra de la globalización, está en guerra con otro actor internacional, y configura en su interacción con aquel un nuevo sistema estratégico que cuenta con sus fases de desarrollo y sus incipientes doctrinas.

PROCESO: RECONOCIMIENTO, ESTABILIZACIÓN Y RESOLUCIÓN

Todos los sistemas que han configurado las relaciones internacionales han tenido un desarrollo susceptible de ser organizado en fases sucesivas. Estas son predecibles, no así el final del sistema, provocado por un cambio sustancial y a menudo imprevisto de las circunstancias que lo hacían posible, solo hay que pensar en la era napoleónica, la política europea de Bismarck o la guerra fría. La generación de un nuevo sistema suele ir precedida de síntomas que no siempre se interpretan de la forma adecuada. Por ejemplo Churchill fue consciente muy pronto del peligro que representaba la Unión Soviética, no así Roosvelt, que alimentó siempre la idea de un acuerdo amistoso con el Estado soviético. A esta fase introductoria le sigue una segunda, el reconocimiento. Esta presupone la aceptación del reto, es decir, de la realidad. Suele iniciarse con un acontecimiento extraordinario, piénsese en el ataque japonés a Pearl Harbour; o menos impactante, pero igualmente trascendente, por ejemplo el telegrama Kennan o la decisión norteamericana de prestar ayuda a Grecia y Turquía en sus contiendas anticomunistas tras la Segunda Guerra Mundial en sustitución del apoyo británico. La tercera fase supone la entrada del nuevo sistema en un período de estabilización. A saber, los contendientes, sus técnicas, aliados y enemigos quedan fijados de tal suerte que ya no es posible hacer abstracción de aquellos. Un cambio de gobierno o la sustitución de un liderazgo no modifican sustancialmente los parámetros sistémicos, como mucho pueden alterar políticas parciales.

Así durante la guerra fría gobiernos conservadores y socialdemócratas en Europa Occidental debieron hacer frente a las circunstancias con escasa capacidad de autonomía; al igual que presidentes demócratas y republicanos se enfrentaron a la Unión Soviética con escasas opciones de modificar las características del conflicto de posguerra. Por fin el sistema debe en una cuarta fase entrar en un período de resolución. Cuando y como se inicia este no es fácil de predecir. A veces la victoria militar aplastante acarrea un cambio definitivo de circunstancias, en otras en cambio es la acumulación de factores políticos, militares y económicos la que facilita el fin de un largo período de tensiones. Sin duda el fin de la guerra fría, producto de la combinación del firme liderazgo de Reagan y el desmoronamiento económico soviético, constituye un buen ejemplo.

La guerra contra el terrorismo responde por ahora a este patrón. Cuenta con una larga fase introductoria, dentro de la cual existen hitos que hoy parecen evidentes, pero que en su momento fueron minusvalorados o malinterpretados: la revolución iraní, orquestada en su exilio occidental por Jomeini y sus acólitos; el asesinato de Nasser; y más recientemente las experiencias de Argelia y Sudán. Era difícil interpretar de forma organizada la sucesión de acontecimientos, entre otras razones porque hasta la caída del Muro de Berlín el sistema que permitía interpretar las relaciones internacionales era la guerra fría, en cuya estructura no cabían otros actores independientes, u otras fuerzas, ideológicas o no, capaces de suponer un riego para Occidente. El fin del bloque soviético comenzó a aclarar el nuevo panorama estratégico, sencillamente porque los componentes que hoy caracterizan a la guerra contra el terrorismo adquirieron vida propia: el islamismo como ideología política; el terrorismo como forma prioritaria de acción y la crisis general del estado en el mundo musulmán. En un escenario global actores no estatales recogieron parte del legado de esta crisis para organizar un nuevo frente de guerra que pretendía galvanizar ideológicamente al Islam, ocupar el poder allí donde fuera posible y aprovechar al máximo las posibilidades letales que la tecnología y los medios de comunicación ofrecen en la actualidad, entre ellos organizaciones como Al Queda. Y tras las primeras escaramuzas (colaboración con el régimen Talibán, atentados contra las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania…) dieron inició a la fase de reconocimiento.

La fase de reconocimiento comenzó con los atentados del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas en Nueva York. La magnitud, originalidad y carácter letal de la técnica empleada anticipaba el inicio de una nueva época. La fase de reconocimiento aun no puede darse por terminada. Pero sus hitos fundamentales ya se han producido. La potencia occidental más relevante, los EEUU, recogieron el guante con notable rapidez y eficacia, desencadenando una batería de acciones, diplomáticas y militares, que inmediatamente forzaron al resto de los estados a adoptar una posición respecto al nuevo enfrentamiento. En esta fase se ha reconocido al enemigo, se ha aceptado el reto de combatirlo y se ha producido, como es habitual, el contraste dentro de Occidente entre izquierda y derecha, convirtiéndose la primera, como en la guerra fría en un magma hostil extraordinariamente beneficioso para el enemigo.

Pero la prueba de que esta fase comienza a ser superada se encuentra en la dificultad que los partidos de izquierda occidentales encuentran cuando alcanzan el poder para formular políticas alternativas, así como el hecho de que terceros estados, africanos, latinoamericanos y asiáticos, comienzan a sentirse concernidos por el conflicto. La guerra contra el terrorismo es ya un hecho dado, y ningún gobierno puede realmente abandonar una política de control y represión de la actividad criminal que la caracteriza. Este factor hace inevitable la colaboración entre aliados de facto, y por tanto la constitución, con o sin entusiasmo, de un frente común de resistencia. La fase de consolidación, por tanto, da ya sus primeros pasos, siendo imposible establecer su duración, que parece será larga. Aceptar este hecho resulta necesario para abordar con diligencia la gestión de una guerra asimétrica, global y muy adaptada a las notables deficiencias que las sociedades libres presentan a la hora de arbitrar medidas legales, policiales y militares para combatir el terrorismo. El final del sistema ni siquiera se vislumbra. Una victoria aplastante parece poco probable, entre otras razones porque la falta de unanimidad para establecer como alcanzarla y en que debe consistir la hace por ahora poco viable. La muerte por inanición del islamismo no es imposible, pero improbable a corto plazo. Y la aparición de otros factores que deterioren el nuevo sistema y configuren uno nuevo es por el momento indetectable de forma rigurosa.

CONCLUSIÓN: LAS DOCTRINAS (EMPUJE, REPLIEGUE, RELATIVISMO)

Como todo sistema, aunque este sea incipiente, cuenta ya con sus doctrinas. Tres se han abierto camino hasta ahora. La primera es la doctrina empuje, desarrollada por la Administración norteamericana con su presidente, George Bush, a la cabeza. Se trata de aceptar el reto con varias premisas: fe en la victoria, convicción del carácter estructural e inevitable de la guerra y configuración de una alternativa ideológica al islamismo. La segunda es la doctrina repliegue, a la que se han acogido numerosos estados, como Francia o Alemania antes de sus respectivos cambios de liderazgo político. Se trata de adoptar una postura defensiva con varias premisas: una respuesta fuerte es contraproducente; existe un problema de fondo político, no criminal; y la alternativa ideológica al islamismo es el Islam. La tercera es la doctrina relativista, que presupone la rendición ante los hechos dados. Es una doctrina de adaptación, asumida por estados débiles, aislados o ideológicamente anclados en el anterior sistema, la guerra fría. Casos de España, por razones ideológicas, o Rusia por cadencia histórica. También cuenta con sus premisas, a saber, desconfianza en la victoria, carácter innecesario de la guerra y relativismo ideológico: la alternativa al islamismo es el islamismo. Es posible hablar de una cuarta, la doctrina de la intrascendencia histórica. Viene a resumirse así: el islamismo es un fenómeno pasajero, producto de la inadaptación a la modernidad. Basta con ganar tiempo y no hacer nada, la cadencia de los acontecimientos históricos, resolverá sola el problema.

Sin embargo esta, que es una opinión extendida en amplias capas de la sociedad y constituye una fórmula atractiva para tantos académicos, no ha encontrado hasta ahora una forma política estable, luego no es por el momento una doctrina adoptada por los estados en la guerra contra el terrorismo. Lo más interesante, y la prueba de que el mundo ha entrado en otro sistema organizado, es que las tres doctrinas citadas no suponen por sí mismas modificación alguna de este último. Algunos estados han utilizado en su actividad política las tres, como es el caso de España. Asumió con el expresidente Aznar la doctrina empuje, que abandonó tras el triunfo del actual presidente de gobierno por el repliegue, que luego dio paso a la doctrina relativista, cuyo eje central ha sido la imaginación de una deficiente alianza de civilizaciones, poco práctica en general, y escasamente moral en particular. Francia, por el contrario, que abrazó el relativismo intensamente ha recorrido en parte un camino inverso, al incorporar la doctrina del repliegue al mismo tiempo que disminuía el grado de antiamericanismo. Los cambios de estrategia política no modifican el hecho cierto de que el islamismo, como ideología, y los yihadistas, como ejecutores, constituyen una seria amenaza ante la que por necesidad se está en guardia. Ya no es posible obviar el peligro, la guerra contra el terrorismo es un hecho dado, y la actitud ante ella una variable cambiante, pero ineficaz a la hora de modificar la naturaleza del nuevo sistema.

Ángel Pérez, "De la Guerra Fría a la guerra contra el terrorismo", Grupo de Estudios Estratégicos, 2007

En:http://www.gees.org/articulos/de-la-guerra-fria-a-la-guerra-contra-el-terrorismo

 

3. CODIFICACIÓN Y DESCODIFICACIÓN DEL FLUJO INFORMATIVO Y DE LOS USOS POLÍTICOS EN UN CONTEXTO DE "MARATÓN TELEVISIVO": EL 11 DE MARZO DE 2004 

72 horas. Del 11 al 14 de marzo (Mar Abellán, 2005)

 

4.- SUBJETIVANDO EL YIHADISMO

Syria, The Legions of Holy War (Y. Benrabia y F. Atig, 2016).

 

Ex-Yihadistas (En Portada, TVE, 2018)

 

 

5.- RÉGIMENES DE POSVERDAD

 

En la era de la posverdad (TVE, 2017)

 

 

6.- LA IDEOLOGÍA DEL CONSUMO: SLAVOJ ŽIŽEK

 

The Pervert's Guide to Ideology (Sophie Fiennes, 2012)

 

 

7.- MATERIALES COMPLEMENTARIOS 

 

De la globalización a la historia global (H. F. Vengoa)

La historia global como campo emergente (J. A. Bresciano)

La Historia Mundial y la nueva Historia Global (B. Mazlish)

 

8.- BIBLIOGRAFÍA

 

 

- J. Avilés e I. Sepúlveda, Historia del Mundo Actual. De la caída del Muro a la Gran Recesión, Madrid, UNED-Síntesis, 2010.
- N. Bobbio, Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política, Madrid, Taurus, 1995.
- N. Chomsky, El nuevo orden internacional, Barcelona, Crítica, 1996.
- J. Espósito, Guerras profanas. Terror en nombre del Islam, Barcelona, Paidós, 2003.
- F. Fukuyama, El fin de la Historia y el último hombre, Barcelona, Planeta, varias ediciones (ed. or., 1992).
- C. García Segura y A. J. Rodrigo, El imperio inviable. El orden internacional tras el conflicto de Irak, Madrid, Tecnos, 2004.
- E. González Calleja, El laboratorio del miedo. Una historia general del terrorismo, de los sicarios a al Qa’ida, Barcelona, Crítica, 2012.
- T. Judt, Algo va mal, Madrid, Taurus, 2010.
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- I. Kershaw, Ascenso y crisis. Europa, 1950-2017. Un camino incierto, Barcelona, Crítica, 2019.
- G. Kepel, La revancha de Dios: cristianos, judíos y musulmanes en la reconquista del mundo, Madrid, Alianza, 2005.
- J. Lesaca, Armas de seducción masiva. La factoría audiovisual para fascinar a la generación millennial, Barcelona, Península, 2017.
- J. R. McNeill, Algo nuevo bajo el sol. Historia medioambiental del mundo en el siglo XX, Madrid, Alianza, 2011.
- O. Roy, El Islam mundializado. Los musulmanes en la era de la globalización, Barcelona, Bellaterra, 2003.
- J. S. Pérez Garzón, Historia del feminismo, Madrid, Catarata, 2011.
- D. Stone, ¿Adiós a todo aquello? La historia de Europa desde 1945, Granada, Comares, 2019.
- F. Veiga, El desequilibrio como orden. Una historia de la posguerra fría, Madrid, Alianza, 2015.
- S. Žižek y S. Horvat, El sur pide la palabra, Madrid, Lince, 2014.